¿QUIÉN NOS HA ROBADO LA VÍA LÁCTEA?
EL PROBLEMA DE LA CONTAMINACIÓN LUMÍNICA |
Introducción: el consumo
energético y los problemas ambientales
Durante millones de años, los seres
vivientes de la Tierra han ido adaptando sus procesos biológicos de acuerdo con dos
ciclos astronómicos fundamentales: la sucesión de las estaciones y la alternancia
día-noche. Dado que la percepción de ambos fenómenos es desigual según la latitud, las
distintas especies se han acomodado a la singularidad de ambos ciclos en su hábitat.
Cualquier perturbación en alguno de ellos originaría distorsiones cuyo alcance
desconocemos, pero que, con toda seguridad, ocasionarían la extinción de algunas
especies y la aparición de nuevas exigencias adaptativas para las demás.
La acción del hombre y su cultura sobre
el medio ambiente está, en la actualidad, generando una seria alteración en ambos ciclos
cósmicos. La actividad industrial y las formas de vida propias de las sociedades
consumistas no se pueden sostener, de mantenerse el actual modelo de economía
capitalista, sino es mediante un creciente consumo energético. Niveles más elevados de
"bienestar" exigen consumir cada vez más energía, proceso que amenaza con
conducir a situaciones aberrantes como, por ejemplo, la de que, actualmente, gaste 100
veces más energía un ciudadano de un país industrializado que un habitante del tercer
mundo. El consumo responsable de energía debería ser algo consubstancial a la educación
cívica de la población por dos motivos. El primero de ellos: porque el actual modelo de
consumo energético se basa en la conversión en energía de recursos naturales no
renovables (carbón, petróleo o uranio), con lo cual su despilfarro acorta el tiempo de
uso y priva de su disfrute a los habitantes de países no desarrollados. El segundo:
porque en los procesos de conversión en energía, transporte y su posterior consumo, se
generan residuos que contaminan gravemente el medio ambiente (radioactividad, lluvia
ácida, contaminación de los mares, contaminación atmosférica por humos tóxicos) y
amenazan con alterar el equilibrio climático (efecto invernadero por emisión de CO2).
En la actualidad, el calentamiento global del planeta debido a este efecto es ya una
evidencia científica y sus efectos devastadores sobre el clima son crecientes: lluvias
torrenciales, huracanes catastróficos, inundaciones, sequías prolongadas, deshielo de
los casquetes polares y un lamentable y futuro largo etcétera.
Si bien la contaminación
atmosférica por el CO2 emitido por las centrales térmicas de producción de
electricidad, las industrias y los automóviles, es la principal responsable del efecto
invernadero que amenaza el equilibrio climático de la Tierra, el uso excesivo e
irresponsable de la energía eléctrica en el alumbrado de exteriores es la causa de una
nueva agresión medioambiental que amenaza ni más ni menos que con eliminar la noche,
alterando así el segundo ciclo cósmico fundamental. El fenómeno ya tiene un nombre: contaminación lumínica.
La Tierra de
noche, vista desde el satélite. No es sólo un mapa de las zonas habitadas, sino también
de la riqueza.
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1. La contaminación lumínica. Formas. |
Con este nombre se designa la
emisión directa o indirecta hacia la atmósfera de luz procedente de fuentes
artificiales, en distintos rangos espectrales. Sus efectos manifiestos son: la dispersión hacia el cielo (skyglow), la intrusión lumínica, el
deslumbramiento y el sobreconsumo de electricidad.
La dispersión
hacia el cielo se origina por el hecho de que la luz interactúa con las
partículas del aire, desviándose en todas direcciones. El proceso se hace más intenso
si existen partículas contaminantes en la atmósfera (humos, partículas sólidas) o,
simplemente, humedad ambiental. La expresión más evidente de esto es el característico
halo luminoso que recubre las ciudades, visible a centenares de kilómetros según los
casos, y las nubes refulgentes como fluorescentes. Como detalle anecdótico e ilustrativo
se puede mencionar el hecho de que el halo de Madrid se eleva 20 Km. por encima de la
ciudad y el de Barcelona es perceptible a 300 Km de distancia, desde el Pic du Midi y las
sierras de Mallorca. En condiciones normales, los navegantes podrían ir de Mallorca a
Barcelona de noche, simplemente guiándose por el resplandor del halo.
Panorama general
de Barcelona. La difusión de la luz en el cielo destruye su oscuridad natural. Cortesía
Cel Fosc.
La intrusión
lumínica se produce cuando la luz artificial procedente de la calle entra por las
ventanas invadiendo el interior de las viviendas. Su eliminación total es imposible
porque siempre entrará un cierto porcentaje de luz reflejada en el suelo o en las
paredes, pero de aceptar esto a tener que tolerar como inevitables ciertos casos
aberrantes de descontrol luminotécnico, como poner globos sin apantallar frente a las
ventanas, o iluminar fachadas con potentes focos, hay un abismo. Al no existir conciencia
ciudadana de que esto es una nada sutil forma de agresión medioambiental, nadie piensa en
denunciarlo, excepto en casos contados de protestas multitudinarias de vecinos. No
existen, que yo sepa, estudios rigurosos acerca del grado de afectación de la luz
artificial sobre el hombre, aunque ciertos casos curiosos parecen apuntar hacia una
conexión entre el uso de bombillas de Vapor de Mercurio (luz blanca) y la
exteriorización de mayores índices de agresividad.
De todos modos, hay un punto que
resulta evidente: si, como parece, los ciclos corporales están en sintonía con los
ciclos naturales de la luz, la presencia de ésta en el ambiente durante el sueño puede
ser causa de alteraciones todavía no completamente identificadas. Recientemente, se ha
descubierto que el uso de luces tipo "led" en habitaciones de niños pequeños
es desaconsejable porque produce alteraciones en el sueño. Ahora bien. Hay un caso de
trastorno evidente: el de aquellas personas que en verano necesitan imperiosamente abrir
la ventana para dormir y no pueden hacerlo si tienen la desventura de tener un foco
luminoso frente a ella: sueño inquieto, ausencia de reposo, insomnio, cansancio y
nerviosismo son las consecuencias más usuales.
El
deslumbramiento se origina cuando la luz de una fuente artificial incide
directamente sobre el ojo, y es tanto más intenso cuanto más adaptada a la oscuridad
esté la visión. Al ser éste un efecto indeseado, toda la luz que lo origina no se
aprovecha, cosa que no sólo es un despilfarro, sino que constituye un elemento evidente
de inseguridad vial y personal. El modelo luminotécnico vigente prima el deslumbramiento
porque se basa en la falsa concepción de que el exceso de luz incrementa la visibilidad y
los ciudadanos, inconscientes de ello, demandan más luz a los responsables públicos, en
la creencia de que su seguridad personal aumenta con el exceso. Al final resulta todo lo
contrario: una persona deslumbrada carece de seguridad, se mire por donde se mire: es
vulnerable a las agresiones físicas y también ve mermada su capacidad de respuesta en la
carretera al no poder su ojo percibir los detalles inmediatos. Exceso de luz mal dirigida
y buena visibilidad son términos opuestos.
El alumbrado de carreteras representa
un punto crítico en esta cuestión. Se tiende a iluminar con exceso de potencia el mayor
número posible de tramos de carretera, en la creencia de que ello supone un aumento de la
seguridad vial. Habría que ver los estudios estadísticos sobre siniestralidad nocturna
en carreteras iluminadas y no iluminadas para poder evaluar con equidad la conveniencia de
hacerlo o no. Porque hay algo que sí es evidente: los conductores corren más en los
tramos iluminados y esto supone un incremento del factor de riesgo velocidad. Por otra
parte, a veces se instalan en carreteras de circulación densa y autopistas puntos de luz
con luminarias incorrectamente apantalladas que deslumbran y, sorprendentemente, no se ve
en ello un factor de inseguridad. Finalmente, tampoco nadie se preocupa del enorme
deslumbramiento que suponen las instalaciones privadas o públicas situadas en las
inmediaciones de la carretera: campos de deportes con proyectores apuntando directamente a
ella y focos exteriores de industrias o de particulares con la misma orientación
inadecuada, son un espectáculo común en nuestras vías de circulación. El cúmulo de
despropósitos de este estilo es innumerable, y uno nunca termina de sorprenderse al ver
uno nuevo. Parece mentira que nadie se haya preocupado de informar a los instaladores de
la necesidad de orientar correctamente estas luminarias.
Al final, lo más incongruente: nadie
parece pensar en el hecho elemental de que el alumbrado de carreteras debería diseñarse
de acuerdo con las peculiaridades de la visión nocturna, en vez de empeñarse en
convertir la noche en día. Nuestro ojo ha evolucionado de tal forma que en su parte
posterior, llamada retina, posee dos tipos de células
especializadas en la captación de luz: unas, los conos,
concentrados en la fovea, el centro de la visión, son
especialmente sensibles a las longitudes de onda de la intensa luz diurna y son las
responsables de la captación de los colores y de la visión directa de los objetos.
Otras, denominadas bastones, actúan preferentemente en la
visión nocturna y se sitúan alrededor de la fovea. Aunque ligeramente más sensibles que
los conos a las longitudes de onda del color azul, son ciegas a los demás colores, pero
capaces de percibir detalles trabajando a niveles de luminosidad muy bajos, en los que los
conos dejan de operar. Su sensibilidad a la luz depende de una sustancia llamada rodopsina, que las va llenando progresivamente conforme avanza el
proceso de adaptación a la oscuridad, muy conocido entre los astrónomos aficionados. Al
cabo de una media hora en general, el ojo ha adquirido el límite de su capacidad de
adaptación y puede ejercer sus funciones de visión nocturna a pleno rendimiento.
Todo el mundo ha experimentado lo que
sucede cuando pasamos de un ámbito muy iluminado a otro totalmente oscuro: necesitamos
tiempo para adaptarnos a la oscuridad y pasamos de no ver nada en absoluto a percibir,
primero, formas inconcretas; después formas más específicas y, finalmente, detalles
menores y distintos niveles de brillo en ellos. Al estar situados los bastones en los
alrededores de la retina, su máximo rendimiento se obtiene cuando observamos
indirectamente los objetos, lo que se denomina visión lateral.
Algo parecido sucede cuando pasamos repentinamente de la oscuridad a la luz muy intensa:
quedamos deslumbrados y durante un cierto tiempo no tenemos la agudeza visual necesaria
para percibir los objetos con nitidez, con lo que nuestra capacidad de respuesta frente a
los obstáculos se ve muy mermada hasta que no nos adaptamos a la luz. Ambas situaciones
se producen cuando salimos de un entorno urbano muy iluminado a una carretera oscura o
cuando, procedentes de ella, llegamos al entorno urbano. A nadie se le ha ocurrido aplicar
la idea de progresividad en el alumbrado de estas zonas. Un alumbrado ideal sería aquél
que disminuiría paulatinamente el nivel de luz en dirección saliente, dando al ojo un
mínimo tiempo para empezar a adaptarse a la oscuridad. En sentido contrario, el sistema
sería igualmente adecuado.
El sobreconsumo,
finalmente, es la consecuencia indeseada e inevitable de los factores anteriormente
descritos. Si éstos se evitaran, ahorraríamos porcentajes mínimos de un 25% en la
factura de la luz, pudiéndose alcanzar porcentajes mayores del 40% en ciertos casos, si
existiera la voluntad de utilizar lámparas de sodio de baja presión y se hiciera una
fuerte apuesta por rebajar potencias en las luminarias. Porque lo cierto es que hasta el
presente ha existido una especie de contubernio entre las compañías eléctricas y los
fabricantes de luminarias y de bombillas, por el cual unos y otros han hecho del exceso de
consumo su principal negocio. Las eléctricas porque mayor consumo equivalía hasta ahora
a tener un mayor beneficio y los fabricantes de bombillas y de luminarias porque cuanto
mayor sea la potencia que se instale, tanto más se encarece el producto, reduciéndose,
además, su vida útil. Por razones coyunturales, ahora el negocio parece desplazarse
hacia la política de ahorro en el consumo, por lo cual, en principio, no existe aparente
oposición por su parte a reducir la contaminación lumínica. Por otro lado, la exigencia
de ofrecer al mercado nuevas luminarias no contaminantes y lámparas más eficientes,
puede suponer, incluso un revulsivo para la competitividad del sector.
La península
ibérica de noche. Son fácilmente distinguibles las principales ciudades.
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2. Efectos en la biodiversidad. |
Aunque resulte un tanto extraño decirlo, hay que
considerar a esta novedosa forma de contaminación, cuyos efectos son todavía muy poco
estudiados, como perfectamente equiparable a la emisión de humos hacia la atmósfera o al
vertido de contaminantes en los ríos, porque, en el fondo, consiste en la emisión de
energía producida artificialmente hacia un medio naturalmente oscuro. Tiene efectos
comprobados sobre la biodiversidad de la flora y la fauna nocturna que, dicho sea de paso,
es mucho más numerosa que la diurna y precisa de la oscuridad para sobrevivir y
mantenerse en equilibrio. La proyección de luz en el medio natural origina fenómenos de
deslumbramiento y desorientación en las aves, y una alteración de los ciclos de ascenso
y descenso del plancton marino, lo que afecta a la alimentación de especies marinas que
habitan en las cercanías de la costa. También incide sobre los ciclos reproductivos de
los insectos, algunos de los cuales han de atravesar notables distancias para encontrarse
y no pueden pasar por las "barreras del luz" que forman los núcleos urbanos
iluminados. Se rompe, además, el equilibrio poblacional de las especies, porque algunas
son ciegas a ciertas longitudes de onda de luz y otras no, con lo cual las depredadoras
pueden prosperar, mientras se extinguen las depredadas. Finalmente, la flora se ve
afectada al disminuir los insectos que realizan la polinización de ciertas plantas.
Aunque es algo no estudiado todavía, resulta palpable que esto podría afectar a la
productividad de determinados cultivos. |
3. Efectos en la biodiversidad. |
En
otro orden de cosas, la emisión indiscriminada de luz hacia el cielo y su dispersión en
la atmósfera constituyen un evidente atentado contra el paisaje nocturno, al ocasionar la
desaparición progresiva de los astros. Algunos de ellos no tienen un brillo puntual como
las estrellas, sino que son extensos y difusos (las nebulosas y las galaxias) y, por esta
razón, son los primeros en resultar afectados. Su visión depende del contraste existente
entre su tenue luminosidad y la oscuridad del fondo del cielo. Al dispersarse la luz,
éste se torna gris y estos objetos desaparecen. El ejemplo más notable de esta especie
de "asesinato celeste" lo constituye la desaparición total de la visión del
plano de la Via Láctea, nuestra galaxia, desde los entornos urbanos. Hay que alejarse
mucho de los núcleos habitados para encontrar cielos lo suficientemente oscuros como para
poder observarla en toda su magnificiencia y, en la práctica, no creo que haya más de
uno o dos lugares en Catalunya que sean todavía casi vírgenes. En mi propia experiencia
he de constatar que, en mi niñez, el espectáculo de la galaxia era algo habitual desde
mi casa (por aquel entonces ubicada en el extrarradio de mi ciudad). Ahora, desde el mismo
sitio, es solamente una presencia que intuyo en raras noches de gran oscuridad y
transparencia.
M15, cúmulo
globular en Pegasus, situado a 34.000 años-luz. Por tratarse de un objeto difuso, se ve
rápidamente afectado por la contaminación lumínica. Foto Pere Horts
Al incrementarse más y más el
brillo del cielo, acaban por desaparecer también, de forma progresiva, las estrellas, con
lo que, al final, solamente las más brillantes, algunos planetas y la Luna resultan
visibles en medio de un cielo urbano que es como una neblina gris-anaranjada. Si
consideramos que en condiciones óptimas, nuestro ojo alcanza a distinguir estrellas hasta
la sexta magnitud, lo cual supone poder alcanzar a ver unas 3.000 en verano, podremos
juzgar con equidad la magnitud de lo que nos perdemos.
Parte del halo de
luz de Barcelona, visto desde Collserola. Obsérvese la progresiva degradación del fondo
del cielo. Cortesía Cel Fosc.
La destrucción del paisaje celeste
comporta, a mi entender, profundas consecuencias culturales y humanas. Si el
desplazamiento masivo de la población desde áreas rurales a las urbanas ya implica de
por sí una pérdida inevitable de las formas de vida tradicionales y de los elementos
culturales en que éstas se basan, la imposibilidad de contemplar el cielo desde las
ciudades priva además al individuo de un contacto directo con el universo, lo que origina
un inevitable empobrecimiento cultural y personal. En las sociedades industriales, donde
el volumen de información acerca del cosmos que está a disposición de cualquiera es
enorme, se da la circunstancia paradójica de que los individuos sufren un desconocimiento
mayor de las cosas del universo, si comparamos esta situación con la que se encuentran,
en general, los habitantes de zonas rurales, menos evolucionadas, que pueden saber menos
sobre los astros, pero que los sienten como algo infinitamente más cercano.
En las sociedades rurales, en épocas
anteriores, la presencia del firmamento y sus fenómenos era algo con lo que,
tradicionalmente, se convivía. Los ciclos cósmicos y su vinculación con la agricultura
y la tradición han generado a lo largo de los tiempos un patrimonio cultural y
folclórico (en el mejor sentido del término) que está desapareciendo a pasos
agigantados: el conocimiento de las constelaciones, con todas las historias vinculadas a
ellas; su posición en el cielo en relación con la época del año; su relación con las
tareas agrícolas; la nomenclatura popular con la que se designaba a las estrellas y otros
astros; expresiones del lenguaje ordinario que incluían referencias astronómicas; la
posibilidad de observar fenómenos celestes como lluvias de estrellas, cometas y todo un
tesoro de leyendas construido alrededor de la contemplación del firmamento constituyen
hoy una relación de cuestiones para el recuerdo.
Pero hay algo más: el desarraigo que
afecta al hombre en la gran urbe no es sólo consecuencia de su falta de contacto con la
naturaleza, que acaba por devenir un artículo de consumo más para los domingos, sino
también de la pérdida inevitable del sentido de su existencia en relación con el
cosmos. Para las generaciones de jóvenes actuales, el universo es ya tan sólo algo con
lo que únicamente entran en contacto a través del cine y de lo que están y se sienten
desvinculados. Además, el tipo de educación que se ofrece en escuelas y centros de
enseñanza media no incluye, por lo general, nociones de Astronomía más que en casos muy
raros y siempre vinculados al voluntarismo de algún profesor que tenga horas libres para
poder ofrecer dichos conocimientos en una materia optativa. Como resultado, se da la
paradoja de que, mientras la sociedad, debido a la evolución de la economía y a la
revolución tecnológica, se va acercando cada vez más al establecimiento de una
civilización planetaria, los individuos parecen estar alejándose cada vez más de ella,
regresando incluso a posiciones de un nuevo tribalismo, porque la educación que reciben
les escamotea el conocimiento del universo y no les ofrece la posibilidad de orientar su
propia humanidad en relación a él, algo indispensable para la formación de una
conciencia que esté al nivel de esta pretensión.
A todo lo dicho hay que añadir que
la contaminación lumínica, juntamente con la contaminación radioeléctrica y la del
espacio, representa la más seria amenaza para el progreso de la astrofísica. La
dispersión de la luz en la atmósfera convierte el fenómeno en algo capaz de alterar la
calidad del cielo a grandes distancias, afectando así las zonas en las que se ubican los
observatorios profesionales. Por esta razón, los primeros signos de denuncia del peligro
que suponía la contaminación lumínica para la ciencia astronómica procedieron de los
sectores astrofísicos y se canalizaron a través de la Unión Astronómica Internacional
(IUA), cristalizando en una serie de convenios de protección de los observatorios,
establecidos con la UNESCO, y en la redacción de recomendaciones de carácter
luminotécnico para los distintos estados de la Tierra. Pero estas ultimas no se han
tenido en cuenta, en la práctica, con lo cual hoy día la situación es realmente
angustiosa y algunos observatorios, o bien han cerrado, o bien se mantienen realizando
tareas de observación menores en comparación con las observaciones que se podrían
realizar si el cielo nocturno no se hubiera deteriorado.
Complejo de
observatorios astronómicos en Mauna Kea (Hawai). Cortesía Universidad de Hawai.
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4. Propuestas de solución |
Qué
duda cabe de que el uso de la electricidad para generar luz ha constituido un innegable
factor de progreso, pero no es menos cierto que su mal uso se ha convertido,
lamentablemente, en una expresión característica más de nuestro irracional estilo de
vida consumista. Otras formas de uso de la luz, distintas de lo puramente doméstico e
industrial - ornamental, comercial, propagandístico y lúdico -, han ido apareciendo con
el tiempo y, poco a poco, han ido invadiendo el entorno, hasta convertirse en un elemento
"natural" de nuestro hábitat ciudadano. En ausencia de normativas reguladoras,
el crecimiento desordenado de las ciudades y de los espacios dedicados a las actividades
industriales, así como de los centros nocturnos de diversión ha ido llenando el cielo
nocturno de luz y nadie ha advertido que, poco a poco, íbamos apagando las estrellas y la
noche agonizaba.
Se podría pensar que el fenómeno es
inevitable y que no queda otro remedio que elegir entre frenar el progreso o extender el
certificado de defunción del cielo nocturno, pero esto no es así. A veces, cuando
planteamos el problema a personas desinformadas, nos suelen salir con el tópico de que
queremos "dejarlo todo a oscuras", cuando lo que pretendemos no es otra cosa que
utilizar menos luz para iluminar mejor. De modo que existe solución, aunque la
contaminación lumínica no se puede erradicar nunca del todo, porque siempre existirá un
porcentaje de luz que el suelo reflejará hacia la atmósfera. Se trata también, entre
otras cosas, de que este porcentaje de luz sea el mínimo posible.
¿Qué hay que hacer?
Recomendaciones prácticas.
-Hay que evitar
la emisión directa de luz hacia el cielo, cosa que se consigue usando luminarias
orientadas en paralelo al horizonte, con bombillas bien apantalladas y eficientes, de la
potencia necesaria para alumbrar el suelo de acuerdo con los criterios de seguridad, pero
no más. Es, también, aconsejable emplear con preferencia las luminarias que tengan el
vidrio refractor de cerramiento plano y transparente.
-A ello hay que añadir el apagado de alumbrados ornamentales y de grandes espacios exteriores
que resultan injustificables a partir de cierta hora. Dichos espacios suelen alumbrarse
con potentes proyectores orientados incorrectamente que dispersan mucha luz hacia el cielo
y también en direcciones laterales. Si esto se hace, se aprovecha al máximo la energia y
se reduce considerablemente el consumo. También hay que remodelar este tipo de alumbrado,
cambiando bombillas, variando su inclinación y utilizando dispositivos que eviten la
dispersión de la luz fuera del área a iluminar.
-Existen, además, otros factores de
ahorro, como el contratar la tarifa más ventajosa con la compañía
eléctrica, tener un buen plan de mantenimiento de las
instalaciones, o reducir la potencia instalada,
respetando los límites de seguridad, con lo que se alarga la vida de las instalaciones.
En el capítulo del ahorro a largo plazo, los beneficios son incalculables, en términos
de disminución del efecto invernadero, de la lluvia ácida y la producción de residuos
radioactivos. Si pensamos en las catástrofes futuras que se derivan del calentamiento
global del planeta y lo que puede significar ahorrárselas, la elección es clara. Existe,
además, una poderosa razón que aconseja emprender dichos cambios: la
inversión económica necesaria para realizarlos se amortiza en menos de dos años con el
descenso del consumo. Sorprendentemente, se trata del único
problema medioambiental cuya solución no implica inversiones a fondo perdido, sino que
genera beneficios.
Iniciativas jurídicas.
El problema de la contaminación
lumínica no se puede solucionar si no se establecen medidas jurídicas que lo regulen.
Dichas medidas pueden adoptar, bien la forma de una ley, bien de una ordenanza municipal.
Una tercera posibilidad la constituye el establecimiento de medidas correctoras impulsadas
a partir de un proyecto general de ahorro energético de aplicación municipal y
coordinado desde un gobierno central o autonómico. De estas tres posibilidades, las más
efectivas, creo yo, son las dos primeras, especialmente por el carácter definitivo que
pueden imprimir a las transformaciones propugnadas, mientras que un plan siempre adolece
de un carácter transitorio y está subordinado al voluntarismo y eficiencia de quienes
han de ponerlo en práctica.
Afortunadamente, las iniciativas
jurídicas existen y están ya consolidadas, con resultados francamente positivos. Las
primeras surgieron en los EEUU, a resultas de la fundación de la International Dark-Sky
Association, primera organización dedicada a la defensa del cielo nocturno y a combatir
la contaminación lumínica, fundada por David Crawford, astrofísico norteamericano que,
tras su jubilación, asumió el reto de combatir el fenómeno. De la mano de la IDA,
distintas ciudades y estados de los EEUU, especialmente en Arizona, aprobaron leyes u
ordenanzas reguladoras. El germen sembrado por Crawford germinó y así aparecieron
entidades similares a la IDA en otros países, especialmente los europeos. Inglaterra,
Francia, Suiza, Alemania, Grecia e Italia son algunos de ellos. Destaca, en especial,
Italia, como el país donde más ordenanzas y leyes regionales han sido aprobadas.
Recientemente (marzo de 2000), la región de la Lombardía ha aprobado la suya. En
América Latina, Chile, en razón de albergar el complejo de observatorios astronómicos
del ESO (European Southern Observatory), acaba de aprobar también una ley de prevención
del fenómeno
Hasta hace relativamente poco,
España estaba al margen de este proceso. Existía el precedente de la Ley del Cielo
(1988), de Canarias, requisito imprescindible para el establecimiento de los observatorios
astronómicos en las islas, pero no surgió ninguna otra iniciativa hasta el año 1995,
cuando, a instancias de la Societat Astronómica de Figueres, con el apoyo de los
Institutos de Astrofísica de Canarias y de Andalucía, Greenpeace y distintos grupos de
aficionados, se gestó la primera campaña de denuncia del problema ante distintas
instancias oficiales. Catalunya fue la primera comunidad autonómica en la que se
aprobaron las dos primeras medidas parlamentarias (bastante tímidas, por cierto) que
supusieron ya un primer reconocimiento. El punto de inflexión lo determinó la
realización de un plan de ahorro energético contra la contaminación lumínica impulsado
por el Ayuntamiento de Figueres (Catalunya) que venía a ser la confirmación definitiva
de las tesis que defendíamos los impulsores de la campaña. Ante la evidencia de los
hechos, el asunto empezó a cobrar resonancia y así, en 1997, fundamos Cel Fosc, un grupo
de activistas que, con sus páginas Web (http://www.celfosc.org/) y una lista de correo electrónico, se planteó impulsar una nueva fase de
la campaña con la finalidad de conseguir medidas jurídicas efectivas. Un proyecto de
elaboración del mapa de la Contaminación Lumínica en Catalunya por parte de escolares
tuvo tanto eco periodístico que los responsables políticos no tuvieron más remedio que
asumir la realidad del problema e instar desde el Parlament al gobierno catalán a
legislar para corregirlo. Después de un período de trabajos, una Comisión técnica
elaboró un Anteproyecto de Ley que, en el momento de escribir este artículo, está
próximo a llegar al Parlamento. Entretanto, distintos ayuntamientos catalanes han
empezado a hacerse cargo del problema, destacando la iniciativa del de Tárrega (Lleida,
Catalunya) que aprobó en 1998 la primera Ordenanza Municipal de protección del Cielo
Nocturno de todo el estado español.
Distintos movimientos de denuncia han
ido surgiendo en otros puntos del Estado. El más importante está constituido por el
grupo Cielo Oscuro, de la Agrupación Astronómica de Madrid, que ha realizado una
campaña mucho más directa y agresiva, pero que está alcanzando también resultados
importantes: una moción del Parlamento de la Comunidad de Madrid y otra del Parlamento
Español, amén de distintos planes de remodelación de alumbrado por parte de distintos
ayuntamientos de la comunidad de Madrid, son sus logros más notables. Indudablemente, las
iniciativas de Cel Fosc y Cielo Oscuro están siendo un revulsivo prometedor para la
futura limitación de la contaminación lumínica en España.
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5. Contaminación lumínica y pedagogía. El papel de los docentes. |
Es bien sabido que ciertas cosas
resultan tanto más contraproducentes cuanto mayor es la ignorancia respecto de ellas. En
nuestro caso, esto es una realidad incuestionable. Por lo tanto, resulta obvio que la
solución del problema pasa no solamente por la consecución de medidas jurídicas para
regularlo, sino también por una tarea de divulgación que debe utilizar todos los
instrumentos de comunicación social disponibles (prensa, radio, televisión e Internet)
para hacer llegar información sobre el fenómeno al mayor número de ciudadanos. Los
colectivos ecologistas, así como los círculos de aficionados a la Astronomía deben
jugar un papel preponderante en la denuncia y demanda de soluciones, especialmente en
aquellos lugares donde, existiendo normas reguladoras, haya que incitar a la
administración responsable a hacer efectivo su cumplimiento.
También la escuela, como ámbito de
formación futuros ciudadanos, puede y debe jugar un papel preponderante en la
divulgación de este asunto. Los problemas relativos a la ecología reciben ya un
tratamiento educativo cada vez más intenso en ella, bien a través de materias
específicas en los que se puedan plantear, bien mediante actividades extraacadémicas
puntuales. Los ecologistas saben que concienciar a los jóvenes supone también
concienciar indirectamente a los padres respecto de los problemas medioambientales. En
nuestro caso, se da la circunstancia de que todo está por hacer, porque esta forma de
contaminación ha sido hasta ahora ignorada por casi todo el mundo. En el caso concreto de
Catalunya, la necesidad de divulgación se planteará con intensidad cuando, estando la
ley aprobada, haya que fomentar su conocimiento, incluso entre los propios ecologistas
que, por lo general, desconocen bastante el fenómeno.
La universidad, finalmente, tampoco
puede quedar al margen, máxime cuando este asunto abre un enorme horizonte para la
investigación. Desde el punto de vista de la parte técnica del problema, aquellas
especialidades universitarias relacionadas con el diseño de luminarias, componentes
electrònicos de las mismas, sistemas de regulación del flujo eléctrico, lámparas,
diseño de alumbrado de exteriores e, incluso, arquitectura van a tener aquí en el futuro
un estímulo innegable para la innovación y experimentación. Pero donde el horizonte que
se abre es enorme es, sin duda en los estudios de biología y medicina. En el primer caso,
puede decirse que la investigación relativa a los efectos de la emisión de luz
artificial en el medio nocturno sobre la flora y la fauna es un territorio prácticamente
virgen, en el que pueden producirse sorpresas por ahora impensables. En el segundo, la
indagación sobre los efectos de la luz artificial en el hombre, aún no siendo algo
novedoso, resulta ser también un territorio, en gran medida, por explorar.
En función de todo ello, resulta
evidente el fundamental papel que van a tener que jugar los docentes en la tarea de
divulgar el fenómeno y sensibilizar a sus alumnos acerca del mismo, fomentando,
especialmente en el caso de los universitarios, el estímulo por la investigación de sus
distintos aspectos. Será, por ello, necesario, preparar materiales didácticos
inexistentes en el momento presente, empezando por la tarea de recopilación y
sistematización de toda la información (por ahora escasa) que pueda existir al respecto,
con el fin de establecer un fondo documental que sirva de base para la posterior edición
de los mencionados materiales didácticos. En Catalunya, dado que la futura ley prevé la
creación de la Oficina Técnica para el Control de la Contaminación Lumínica, que
velará por el cumplimiento y divulgación efectiva de la misma, dicha tarea recopilatoria
podría resultar de una actividad combinada entre las universidades y los departamentos de
Enseñanza y Medio Ambiente.
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6. Propuestas de trabajo. |
Ofrezco,
a continuación, una relación de sugerencias relativas a actividades que se pueden
realizar en el aula:
-Debates sobre el tema.
Se pueden organizar, primeramente, a
partir de la visualización de documentales sobre el tema. Hay dos: "Luces que nos
roban las estrellas", realizado por TVE2, y proyectado en el segundo canal de
Televisión Española en el programa Línea 900 y otro, proyectado en el canal de
Catalunya, de esta misma cadena en el programa "Gran Angular". Es posible pedir
copias, imagino. Además, que yo sepa, no se ha editado y comercializado ningún
documental monográfico sobre este asunto, ni siquiera en inglés.
En el caso de no poder disponer de
estos documentales, se puede utilizar cualquier otro sobre consumo energético y
ecología, o bien sobre el cambio climático, añadiéndole información suplementaria
sobre la contaminación lumínica.
También se puede realizar la misma
actividad basándose en la lectura de algún texto. En nuestras páginas Web (http://www.celfosc.org/) se pueden
encontrar textos suficientes para ello. Procuramos ir introduciendo lo más interesante de
lo que se publica.
Ejercicios prácticos:
a) Medida de
la intensidad de la contaminación lumínica a partir de la determinación de
la estrella más débil observable en una determinada constelación. Se trata de un
ejercicio de observación que no requiere especiales conocimientos de Astronomía.
Mediante el uso de un mapa de una constelación en el que figuran las magnitudes (valor
numérico del brillo) de algunas estrellas, desde las más brillante, hasta las que se
encuentran en el límite de la capacidad de detección del ojo, hay que intentar
distinguir la más débil. Si se hace bien, siguiendo las instrucciones precisas y
haciendo la observación en las condiciones ambientales que se sugieren, se puede obtener
una medida aproximada del grado de deterioro del cielo nocturno por acción de la
contaminación lumínica en un lugar determinado. Incluso se puede hacer desde distintos
lugares en una misma localidad, lo cual da una idea de los efectos locales del fenómeno.
Al final, si se realizan observaciones desde distintos lugares, es posible representar
sobre un mapa de una ciudad, los distintos niveles de intensidad de la contaminación. En
nuestra Web, bajo el apartado "Mapa de la contaminación lumínica de Catalunya"
se encuentran las instrucciones para hacer todo esto.
b) Estudio
de los espectros de los distintos tipos de lámparas. Para comprender el
porqué propugnamos el uso preferente de las lámparas de Vapor de Sodio de Baja y Alta
Presión, por ser menos contaminantes y consumir menos, se puede hacer lo siguiente:
aprovechar que, por regla general, en los laboratorios de Física de los centros suele
haber espectroscopios de bolsillo para organizar una o varias sesiones dedicadas a la
exposición de la naturaleza de la luz. Pedir a una empresa fabricante, o al propio
Ayuntamiento, modelos de los distintos tipos de lámparas, si es posible con información
técnica relativa a las distintas bandas e intensidades de emisión de cada una de ellas,
para realizar un examen del espectro y analizar la eficiencia de cada tipo de lámpara.
c) Estudio
del grado de contaminación lumínica generado por los distintos tipos de luminarias
que se comercializan actualmente. Para ello, hay que conseguir un catálogo de los
fabricantes, que incluya lo que se denomina un diagrama polar de cada luminaria (un
gráfico representativo del modo por el cual la luminaria difunde la luz). Se puede ver
fácilmente qué luminarias contaminan más que otras, por difundir más o menos luz por
encima de la línea del horizonte.
d) Cálculo
del ahorro en el consumo del alumbrado urbano. Se solicita información
técnica al Ayuntamiento relativa a un cierto sector del alumbrado urbano (un barrio, por
ejemplo) que tenga luminarias con bombillas de Vapor de Mercurio: número de puntos de
luz, potencia de las bombillas instaladas, número de horas de funcionamiento al año,
precio del Kw/h que se paga, gastos de mantenimiento, etc. A continuación se calcula el
consumo y costes de mantenimiento anual de dichas bombillas. Se hace la misma operación,
pero con las bombillas equivalentes de Sodio de Alta y Baja Presión, que son de menor
potencia. Al final, se determina el ahorro energético y económico resultantes.
e) "Safari"
fotográfico. Se organizan grupos de alumnos con el fin de obtener fotografías
de la contaminación lumínica en todos sus aspectos: calles bien y mal iluminadas,
luminarias contaminantes y no contaminantes, núcleos urbanos pequeños, medianos y
grandes, focos puntuales de contaminación (párkings, negocios nocturnos,
urbanizaciones), dispersión hacia el cielo, nubes iluminadas, etc. Se precisa una cámara
réflex, un objetivo de tipo zoom para conseguir distintas focales y encuadres, un
trípode, disparador de cable y película fotográfica o diapositiva de 400 ASA. Al final,
se comentan los resultados y se puede organizar una pequeña exposición. Una fotografía
recomendable para captar como aumenta la eficiencia de la dispersión de la luz en la
atmósfera debido a la humedad, se puede obtener fotografiando desde el mismo lugar, en
condiciones de ausencia de luna, la misma área de cielo (lo más fácil es elegir la zona
polar) en dos noches distintas, una sin humedad y otra con humedad ambiental perceptible,
utilizando el mismo tiempo de exposición, la misma película e igual apertura de
diafragma. Al hacer el revelado automático se avisa al fotógrafo de que se trata de
fotografías del cielo nocturno que, por lo general, exigen un incremento del valor
estándar de la densidad típica utilizada en el proceso de revelado convencional. De no
hacerse, el cielo presenta un color gris-verdoso, falto de contraste. Con las imágenes
finales, se compara el incremento del brillo del cielo e, incluso, si somos capaces de
identificar las estrellas que se corresponden con los arcos que aparecen en ellas y buscar
su magnitud correspondiente, se puede intentar estimar la degradación del fondo del cielo
determinando las estrellas de magnitud más débil en una y otra fotografía y haciendo la
diferencia.
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miércoles, 20 de mayo de 2015
Contaminación luminica
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